Ayer por la mañana, colgaba en Instagram una frase de Albert Einstein, «Una vez aceptamos nuestros límites, vamos más allá de estos».
Bonita frase!
Por la tarde, jugamos un partidito de padel, y a pesar de mi lesión, intenté jugar al 100%.
Cierta la frase, ¡acepto mis límites!!
Es un ritual, al acabar de jugar, tomar algo. Entre las chicas, casi siempre surge el tema de nuestros hij@s.
Qué difícil tarea, es muy complicado, poner límites, ser consecuentes. Generalmente, acostumbramos a asociar el concepto con algo negativo, castigar, gritar, enfadarse… Marcar un límite no implica enfadarse, faltar el respeto, gritar. Supone «decir NO« a peticiones que no pueden llevarse a cabo y transmitir que a veces, hay que esperar para conseguir lo que se quiere.
¿A quién no le ha pasado?, estás realizando la compra semanal y te monta la rabieta, «quiero las cartas de pokemon», intentas mantenerte firme, le dices que No, empieza a llorar, patalear, y al final por no oírle, y poner fin al espectáculo, acabas cediendo!!!! Deja de llorar, y tú de sentir esas miradas, esa vergüenza.
¿Qué hemos enseñado? A utilizar las rabietas. Con el llanto, pataleta, ha conseguido aquello que quería. De esta manera, generamos la probabilidad de que con el tiempo las rabietas sean un recurso. A corto plazo, ambas partes terminan ganando, pero a largo plazo las consecuencias pueden no ser tan agradables.
El niñ@ aprende a manipular, los padres no podrán controlar el comportamiento a no ser que le den aquello que pida.
Con el tiempo, no aprenden a tolerar la frustración, les cuesta manejar y controlar sus emociones y no responden bien ante el cumplimiento de normas y obligaciones. Suelen manipular y hacer sentir mal al otro con tal de conseguir su próposito.
La falta de límites puede derivar en problemas de conducta, caracterizados por un desafío constante, ruptura de normas, el niñ@ ordena y manda.
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